JCM. – ¿Cuáles son las debilidades actuales de los directivos?
El poder puede ser utilizado como un instrumento de servicio en beneficio de los demás o como palanca para encumbrarse en un pedestal desde el que menospreciar a otros. Quien opta por la segunda posibilidad arruina la vida de muchos a la vez que dilapida la propia existencia, aunque viva acomodadamente a costa de desplumar a los demás, sean empleados o ciudadanos. El riesgo del egoísmo, de la codicia, del acomodamiento, de la jactancia, de la prepotencia, entre otros, está siempre presente.
JCM. – ¿Cuáles son sus fortalezas?
Si nos limitamos al ámbito español, cabría citar la resiliencia, la creatividad, la capacidad de iniciativa, la habilidad para repensarse y reinventarse… Para quien trabaja con rigor, constancia y ética, lo mejor siempre está por llegar. Por eso produce pena el empeño de algunos por eliminar el esfuerzo desde la más tierna infancia.
JCM. – Después de haber viajado y conocido multitud de organizaciones de más de cincuenta países, ¿considera que la empresa española actual es competitiva, o más bien que tiene muchos retos que superar en comparación con los mejores países?
En ocasiones detecto entre nuestros connacionales un afán de autoflagelación. En mi experiencia profesional, repartida por países de Asia, América, África y Europa, no he encontrado ninguno en el que no salten a la vista contradicciones y limitaciones. Muchos intentan disimularlas. Tanto en España como en bastantes países hispanoamericanos el afán por señalar lo menos positivo es una patología. Deberíamos fijarnos mucho más en todas las características que permitieron que durante siglos España fuera la mayor potencia mundial, en vez de obsesionarnos por destacar los aspectos menos significativos.
Nuestro país fue grande gracias a los emprendedores que se lanzaron a cruzar océanos asumiendo riesgos sin cuento, incluido el de sus propios patrimonios, y no por los funcionarios, obviamente imprescindibles, que se limitaban a contabilizar o fiscalizar lo que otros hacían. Resulta preocupante la obsesión por una elefantiasis de la administración pública, que muchas veces es fruto del afán de determinados políticos por apesebrar a la sociedad, siempre en favor de ellos mismos, no de la gente.
Mi grito de guerra es, en muchas ocasiones: ¡Piensa lo que quieras, pero por favor piensa! Que nadie te viva la vida, aunque te subsidie… ¡Creo en la libertad!