Acabas de crear tu propia empresa deportiva, MoMAFIT. ¿No crees que el sector está un poco saturado?
No creo que esté saturado, creo más bien que la oferta se ha vuelto muy poco original. La gran mayoría de los centros ofrecen servicios muy parecidos, con un servicio nada personalizado, en el que los usuarios son números y no personas. Y eso provoca aburrimiento y apatía en los clientes, que ven cómo cada día se transforma en el día de la marmota.
En mi opinión, la pandemia ha provocado una forma radical de ver el fitness, porque de repente la salud está en la mente de todos. Pero ahora se buscan espacios más amplios, nada de aglomeraciones, clases más reducidas, personalizadas y divertidas y, sobre todo, un entrenamiento y un trato personal más humanizados. Aprovechando esas necesidades creadas por el covid, hemos creado un concepto de entrenamiento diferente, ofertando las actividades más demandadas, como son aquellas tipo crossfit, fitboxing y entrenamiento funcional, en grupos reducidos, evitando multitudes y en un entorno espacioso y de techos altos, con mucha ventilación e iluminación naturales, aprovechando también exteriores para hacer la actividad al aire libre.
Has trabajado antes como asalariada en otras empresas del sector. ¿Qué ha sido lo mejor y lo peor?
Mi experiencia profesional ha sido casi siempre increíble y satisfactoria, independientemente de ser o no trabajadora por cuenta ajena. En casi todas las empresas me han dado amplias facultades para gestionar y conseguir los objetivos marcados desde arriba. Y eso ha propiciado que haya gestionado siempre implementando los principios de la Felicacia –aunque mis jefes se tomaban a broma “eso de la Felicacia”-, creando un entorno laboral feliz y satisfactorio tanto para trabajadores como para usuarios y, como consecuencia de ello, el centro más rentable de la compañía.
Mi peor experiencia ha sido en una de las empresas en las que he sufrido directamente las consecuencias de una gestión totalmente ajena y opuesta a la Felicacia, donde han imperado el miedo, la desmotivación, la incertidumbre, la desconfianza, la mediocridad y, como resultado de todo ello, el estrés laboral. Un infierno que me ha reafirmado en la necesidad de una gestión felicaz.