Entrevista a Fernando Mendiguchia Olalla, en la que nos relata su experiencia como entrenador superior de baloncesto, al aplicar la Felicacia al equipo senior femenino del CB Almería cuando consigue ascender de categoría autonómica a LF2. También nos explica su fórmula de la Felicacia (las 3 F).
Fernando Mendiguchia Olalla
¿Qué fue primero, el despacho o la pista?
El patio del colegio y la calle. Yo soy de la generación de los años sesenta del siglo pasado (un chaval con canas). Mis obsesiones y dependencias tenían forma de balón o de cualquier objeto susceptible de patearlo para correr detrás suyo.
¿Todo esto suena a influencia futbolera?
Era la cultura deportiva dominante, pero posiblemente gracias a la influencia de mi profesor de educación física de entonces me apasioné por todo lo que olía a deporte, ya fuera como participante o como espectador en blanco y negro.
¿Por qué entrenador y no jugador?
Uno de los rasgos de mi interior es mi cabezonería. Uno de los rasgos de mi exterior son mis 171 cm. Lo uno me llevó a empeñarme en que, de tantos deportes como conocí, lo mío tenía que ser el baloncesto. Lo otro me sacó de la pista al banquillo… y ya que mi destino iba a ser estar allí, más o menos sentado, mejor ser el protagonista de ese espacio.
Y entonces, ¿cómo se cruza la gestión deportiva en esa trayectoria?
En un principio estaba totalmente convencido de que mi profesión sería entrenar, costara lo que costara (y costar, costaba… porque lo que era cobrar, poco o nada) hasta que Ayuntamientos y Diputaciones empiezan su labor de universalización de la práctica deportiva. Las estructuras de los servicios deportivos públicos se desarrollan considerablemente, ofreciendo un nuevo campo profesional cargado de futuro… y de presente, porque la perspectiva de una nómina en mano parecía más sensata que cien banquillos volando. En 1988 empiezo a compaginar ambas dedicaciones.
De alguna manera se puede decir que eso supone ser arte y parte al mismo tiempo del fenómeno deportivo. Promoción deportiva y deporte de competición, ¿encontrabas experiencias de transferencia entre ambos, o son dos desempeños contrapuestos?
Conceptualmente me veía como el Dr. Jekill y Mr. Hyde. Por la mañana me guiaba la vocación de hacer accesible el deporte para todos, la educación en valores a través de la práctica deportiva; y por la tarde me obsesionaba el deporte en términos exclusivos de victoria o derrota. A medida que en la Diputación fui asumiendo tareas de coordinación de grupos de trabajo, empecé a utilizar recursos y competencias de dirección de equipos y personas en las dos direcciones. Realmente lo que más me atraía como entrenador deportivo era tratar de que un equipo lo fuera de verdad; buscar el mejor resultado pasando por la satisfacción personal de cada uno de sus miembros. Como gestor empecé a pensar en el mismo registro: teníamos que conseguir objetivos, por supuesto, pero sin renunciar a levantarse de la cama cada mañana con la intención de hacerlo siendo razonablemente felices en el empeño.
“Realmente lo que más me atraía como entrenador deportivo era tratar de que un equipo lo fuera de verdad; buscar el mejor resultado pasando por la satisfacción personal de cada uno de sus miembros. ”
Esto empieza a sonar ya a Felicacia….
Sí, pero no lo sabía. Pasaron unos años hasta que tuve el flechazo con ese concepto. En un Congreso de AGESPORT celebrado en Antequera, asisto a una ponencia de Juan Carlos Maestro donde eficacia y felicidad forman parte indivisible de una misma idea. En esa época ya había dejado de entrenar, precisamente porque en las últimas temporadas en las que dirigí equipos profesionalizados no conseguía convencer a los jugadores de que el camino más satisfactorio era saber compaginar objetivos individuales, deportivos y personales con las metas colectivas de resultados marcadas. De ahí salí animado a indagar un poco más sobre esta filosofía de gestión de personas y comprometido a intentar implementarla en cuanto tuviera la oportunidad de hacerlo.
Efectivamente, ya son conocidos ejemplos de desarrollo del concepto Felicacia en organizaciones empresariales, pero menos en entidades deportivas de rendimiento. ¿Has podido finalmente cumplir ese compromiso personal?
He tenido la suerte de poder intentarlo, sí. Hace cinco o seis temporadas, el equipo senior femenino del CB Almería consigue ascender de categoría autonómica a LF2 (segunda división, entonces, del baloncesto nacional). Un salto considerable de nivel, por aquel entonces, que llevó a sus componentes a pasar de la gran satisfacción de competir con las mejores a una importante sensación de frustración conforme transcurrían los partidos y se acumulaban derrotas. Su autoestima colectiva, y en muchos casos individual, se siente comprometida. Me ofrecen formar parte del staff técnico para afrontar la segunda temporada en esa categoría, y como condición propongo desempeñar un papel de asistente de la primera entrenadora para ocuparme de la parcela de la preparación emocional de las jugadoras.
Se podría interpretar que serías el psicólogo del equipo?
Esa idea es la primera en la que puse especial interés en dejar claro que no sería así. No se trataba de realizar intrusismo profesional tratando de aplicar una ciencia para la que no estaba cualificado. La propuesta era desarrollar, con sentido común y mucha motivación, la misión y la visión de un equipo deportivo y de las personas que lo constituyen desde la perspectiva de la Felicacia. Intentar ayudar a ser felices, tratando de cumplir metas, no puede ser en ningún caso objeto de intrusismo. La Felicacia puede ser una parcela más del entrenamiento deportivo y de la gestión de equipos de trabajo de cualquier índole, en la que pueden y deben especializarse una gran variedad de perfiles profesionales.
“La Felicacia puede ser una parcela más del entrenamiento deportivo y de la gestión de equipos de trabajo de cualquier índole, en la que pueden y deben especializarse una gran variedad de perfiles profesionales.”
Ya metido en esta novedosa faena, ¿cuál fue el planteamiento a seguir?
Mi idea fue transferir conceptos de planificación más habituales en mi desempeño como gestor, implementando cada paso desde la perspectiva de la Felicacia. El equipo, según mi diagnóstico de su estado general, necesitaba implantar una cultura organizacional bien definida y gestionar un cambio de proceder. Todo esto sonó bastante raro en el contexto en el que estábamos, y mucho más raro en la primera reunión de equipo en la que expuse los principios rectores de esa cultura felicaz. La primera propuesta que les planteé fue definir nuestra misión, nuestra visión y nuestros valores apoyándonos en dos cuestiones irrenunciables: ser eficaces en el trabajo para cumplir objetivos y ser felices en el proceso, no solo en el cumplimiento de aquellos.
Has hablado del proceso. ¿Qué lugar ocupaba esa parcela? ¿Cómo se compaginaba con el resto de áreas de la preparación del equipo?
Entendíamos que debía ser un trabajo transversal y presente permanentemente en cada sesión de entrenamiento. Nuestras condiciones clave para la excelencia, entendida como la capacidad diaria de dar lo mejor que pudiéramos dar en cada preciso momento, eran: SABER, PODER Y QUERER; o lo que es lo mismo, PREPARACIÓN TÉCNICO-TÁCTICA, PREPARACIÓN FÍSICA Y PREPARACIÓN EMOCIONAL. Es conocida la sentencia que otorga a la ACTITUD un poder multiplicador, por encima de los sumandos TALENTO y TRABAJO. Nuestro propósito era conseguir un factor exponencial si a la actitud le añadíamos el apellido FELICAZ.
¿Qué recursos tangibles utilizasteis para ello?
Al margen de sesiones esporádicas de refuerzo emocional, en las que sobre todo utilizábamos presentaciones audiovisuales para compartir y conectar con emociones individuales y colectivas, tratamos de plantear objetivos emocionales en cada sesión de entrenamiento. En los momentos previos a iniciar el trabajo diario introducíamos una idea, una imagen o una rápida dinámica de grupo que sirviera para poner el foco de la sesión en uno de nuestros valores o en la propuesta de un nuevo reto.
¿Cómo fue el grado de aceptación y de compromiso con esta parcela de preparación?
Inicialmente, intentamos dejar sentada la base del compromiso. Independientemente de la condición de aficionada o profesional de cada miembro del equipo, todos debíamos firmar un contrato en el que se estipularan los derechos y deberes emocionales vinculantes, tanto en lo individual como en lo colectivo, que definirían nuestro modelo de relación y de trabajo. Este contrato emocional incluía cláusulas generales para todas y particulares para cada una según objetivos de rendimiento y de felicidad personal. Durante la temporada este documento servía de “piloto automático” para revisar el rumbo en los casos en los que se detectaban desviaciones.
En cuanto a la aceptación, creo que fue muy positiva en términos generales. Introducir tanta dinámica complementaria sirvió al menos para generar una expectativa diaria que ayudaba a romper con la sensación rutinaria que el paso de los meses suele introducir en una temporada deportiva (como suele pasar en cualquier trabajo). Por ejemplo, el uso de música en la parte inicial de cada sesión (atendiendo cada día a los gustos de cada componente del equipo) ayudaba a iniciar el trabajo con “buen rollo” y con mucho “swing”, por poner un ejemplo de las diferentes herramientas utilizadas para afrontar el día a día con ganas de disfrutarlo.
Has hecho referencia a la definición de un modelo de relación y de trabajo en lo que se refiere a lo emocional, ¿en qué consistía?
Fuimos desarrollando un modelo al que denominamos F3: tres hábitos para la gente altamente felicaz (emulando a Stephen Covey y sus Siete hábitos para la gente altamente efectiva). Nuestra fórmula de la Felicacia, nuestra F mayúscula, pasaba por la combinación perfecta de tres F básicas que debían estar siempre presentes en nuestra forma de actuar: Faith (Fe, confianza en uno mismo y en los demás), Flow (Fluir, disfrutar del proceso y del resultado), Fua (Esfuerzo después del esfuerzo, dar más de lo que se espera). El valor Fua, aprendido de Xesco Espar, se convirtió incluso en nuestro grito de equipo, en la manera más identificable de definir nuestro compromiso.
Nuestra fórmula de la Felicacia (las 3 F.:
¿Y la valoración final de este trabajo fue tan felicaz como prometía? ¿Cuál fue el resultado en cuanto a la eficacia?
Este equipo, destinado a descender o salvar la categoría “in extremis”, consiguió el objetivo cuatro jornadas antes del final, ocupando un meritorio sexto puesto.
¿Y en términos de felicidad percibida?
A nivel colectivo creo que fue bastante satisfactorio. Como decía, no es fácil sacar los pies del tiesto cuando se proponen objetivos de felicidad colectiva. A nivel individual hubo de todo. No todas llegaron a desarrollar las tres F por igual, especialmente la capacidad de disfrutar del proceso. Cuando las expectativas de rendimiento -en términos de protagonismo cuantitativo, para unas, y cualitativo, para otras-, no se cumplen, resurgen hábitos tóxicos, escasamente felicaces. Pero creo que a ninguna de las que formaron parte del equipo ese año se les olvidarán los conceptos de Felicacia y Fua, tan poco habituales. Para mí supuso, sin duda, una de mis mejores experiencias en el entrenamiento deportivo; con seguridad, el más creativo y el más atrevido.
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